Ser hormiga no es fácil. Si encima eres una hormiga blanca, aún
menos. Te miran como a un bicho, además de los raros. No hay
excepciones, los tuyos y los otros. Total, todos. Como si fueras
la oveja negra... Al principio te choca, luego buscas mil maneras
para tratar de oscurecerte y harta de desteñirte, paras, recapacitas
y te acabas conformando. Es mi caso.
Me he acostumbrado a vivir bajo la óptica de ser diferente,
será quizás por haber pasado tantas horas bajo la luz amarilla de
un microscopio.
Antes me preocupaba ser extraña, ahora ya todo me resbala.
Bueno en realidad más que a mí, al cristal tras el que vivo. El de
un terrario inmenso, entero a mi disposición. Lo cual me lleva a
una conclusión. Quizás, al final, ser diferente tenga sus ventajas:
espacio a mi antojo y comida, sin dar palo al agua. A cambio, donaré
mi cuerpo a la ciencia. No me importa. Es el precio.
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